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¿Para qué sirve el deporte?

Urbe y orbe

ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

Con más dudas que certezas, el llamado mundo deportivo mantiene las esperanzas puestas en que el próximo 23 de julio arranquen por fin los Juegos Olímpicos de Verano en Tokio, luego de la suspensión decretada por la pandemia de COVID-19. Y es que la Olimpíada de Tokio 2020 debió llevarse a cabo del 24 de julio al 9 de agosto del año pasado, pero el abandono de algunas delegaciones de sus planes de asistir orilló a los organizadores a postergar la principal justa deportiva internacional. A cinco meses de que se cumpla la nueva fecha de arranque, persisten las dudas sobre la realización de los juegos debido a que la pandemia aún no ha cedido lo suficiente, se propagan nuevas cepas del coronavirus y varias disciplinas no han logrado concluir sus eliminatorias. No obstante, el comité organizador, que ha invertido sumas ingentes de dinero, insiste en que no hay marcha atrás, ya que no existe un plan B en esta ocasión, lo cual quiere decir que, si no se lleva a cabo la Olimpíada de Tokio este año, ya no se celebrará, quedará cancelada definitivamente. Más allá de la controversia y las dudas, bien vale cuestionarnos ¿por qué es tan importante celebrar los Juegos Olímpicos? Y más aún: ¿qué significa el deporte en nuestro tiempo? ¿Para qué sirve?

El deporte como actividad física competitiva se inventó en la Grecia Antigua. La función del deporte en la Antigüedad era la de mantener a la población varonil en edad de pelear en condición de participar en una de las múltiples guerras que se libraban entre las ciudades-estado. Poco a poco fue adquiriendo una función más vinculada al prestigio y la gloria de la clase aristocrática de cada polis. Es por eso que el deporte se ligó tanto a la poesía, con la que se cantaban los triunfos de los vencedores en los juegos que se celebraban cada cierto tiempo. Entre esos juegos destacaban los Olímpicos, celebrados en Olimpia desde el año 776 a. C., y que eran tan importantes que imponían a todo el calendario la medición del tiempo en ciclos de cuatro años.

En la Roma Antigua nació la visión del deporte como gran espectáculo. Las carreras de cuadrigas y las peleas de gladiadores fueron durante siglos el gran entretenimiento de la plebe del orbe romano. Ya no era la aristocracia la que competía para mantener su condición y mostrar sus grandes cualidades guerreras. En Roma eran los esclavos y libertos los que competían incluso arriesgando la vida para el divertimento del pueblo y el privilegio propagandístico de los patricios y caballeros, quienes patrocinaban los juegos en el Circo Máximo y el Coliseo para congraciarse con la plebe, siempre hambrienta de novedades y competencias. Si en la Grecia Antigua el deporte estaba vinculado a la aristocracia y la ciudadanía, en la Antigua Roma lo estaba al populismo y el espectáculo de masas.

Tras el derrumbe paulatino del mundo antiguo, el deporte como actividad competitiva prácticamente desapareció, hasta que resurgió en la Baja Edad Media vinculado a la aristocracia feudal en Europa. El entrenamiento para la guerra, pero sobre todo el prestigio social y la distinción elitista eran los factores determinantes del deporte en esa época de caballeros y señores feudales que competían entre sí en los famosos torneos a caballo. Este aire aristocrático del deporte se mantuvo hasta muy entrada la Edad Moderna, y fue precisamente bajo esta óptica que resurgieron los Juegos Olímpicos en 1896. En principio quienes podían participar en esos juegos eran los miembros más pudientes de la sociedad, dado que eran quienes podían tener el tiempo para practicar deporte y para pagar los viajes a las sedes olímpicas. El profesionalismo era incipiente.

En el siglo XX el deporte se masificó bajo el impulso de la democracia, por una parte, y, por la otra, del nacionalismo. La competencia se trasladó del plano individual y elitista al plano nacional e ideológico. Las potencias querían demostrar que tenían a los mejores hombres y mujeres del mundo. A la par, el profesionalismo creció y brindó la oportunidad a las clases media y proletaria de participar en el deporte de forma competitiva y consistente. Tras el fin de la Guerra Fría, el deporte fue copado por el interés económico, al grado de que el éxito deportivo se convirtió en sinónimo de éxito monetario. Hoy es posible hablar de una auténtica economía del deporte, el cual ha dejado de lado sus funciones primordiales y se ha convertido en el espectáculo de masas que más gente convoca en todo el mundo.

Si en el pasado el deporte estuvo impregnado de los valores aristocráticos y ciudadanos, luego populistas y más tarde nacionalistas, en el presente el deporte está marcado por los valores capitalistas y de una cultura de masas. El deporte de hoy hereda de Grecia la exaltación del individuo triunfador, y de Roma, la enajenación masiva del gran espectáculo; pero la visión capitalista de nuestra época ha creado una nueva aristocracia deportiva a través de los exorbitantes ingresos que las grandes estrellas del deporte perciben. Se trata de un modelo que legitima al sistema y el status quo a partir de una fe casi ciega en una meritocracia más falsa que real. Porque de la gran cantidad de personas que se dedican al deporte de forma profesional, solo una mínima parte alcanzará la cúspide que va acompañada con el éxito económico. El hecho de que uno solo llegue a la cima, incluso desde las partes más bajas de la pirámide socioeconómica, alimenta la ilusión de todos los demás, aunque sea mentira que todos la pueden alcanzar. Porque, como en el capitalismo, para que haya un ganador, tiene que haber muchos perdedores. Y eso es lo que alimenta al sistema, con una industria que vende ilusiones como mercancía y la falsa posibilidad de que todos pueden ganar.

El deporte hoy, incluso, se ha convertido en una moda, un estilo de vida que genera ganancias multimillonarias para las marcas productoras de artículos deportivos. Y seguro habrá quien diga que el deporte es un hábito saludable necesario para mantener en buena forma el cuerpo. Pero no hay que confundir el deporte con la actividad física. Se puede tener actividad física saludable sin ser deportista y sin formar parte del modelo de consumo que trae consigo el "sportystyle". Una persona que camina todos los días a su trabajo o centro de estudios puede ser más saludable que el mejor futbolista del mundo y probablemente mucho más que un boxeador o un jugador de futbol americano. Y es que, si analizamos bien la historia del deporte, nos percataremos de que este siempre ha sido -y seguirá siendo- un elemento cultural legitimador del sistema. Y esto es necesario saberlo para entender la insistencia de que, a pesar de la pandemia, se lleven a cabo los Juegos Olímpicos y otras justas deportivas (pues, el espectáculo debe continuar), y para aprender a ver el deporte de una forma distinta, más interesante y, ¿por qué no?, más divertida.

@Artgonzaga

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