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La fayuca más antigua de Torreón

Desde hace más de 40 años representa el sustento de cientos de vendedores

El desempleo fue la semilla que germinó en la bonanza de este estilo de vida que por más de cuatro décadas, cada fin de semana, enciende las arterias de la calzada Quetzalcóaltl.

El desempleo fue la semilla que germinó en la bonanza de este estilo de vida que por más de cuatro décadas, cada fin de semana, enciende las arterias de la calzada Quetzalcóaltl.

DANIELA CERVANTES

Dicen que los domingos hasta Dios descansa, pero los fayuqueros de la llamada "calle ancha" no. Hoy es día para los tendederos improvisados, el regateo, las tarimas inundadas de ropa; es momento para sacar la mercadería (cualquier cosa) al Sol y encomendarse a las necesidades de los fans de artículos no registrados. Nadie sabe con exactitud desde cuándo la calzada Quetzalcóalt en Torreón se asumió como la vena en la que sangre de vendedores y compradores se fusionan cada fin de semana en un ambiente de mercadeo informal que surgió de manera contestaría a la falta de empleo y de oportunidades en la región.

Unos dicen que fue aproximadamente hace 40 años cuando las familias de la colonia Francisco Villa comenzaron a sacar objetos de sus casas que pudieran vender con facilidad para poder subsistir: ropa, herramientas, muebles, lo que tuvieran al alcance. Las banquetas como plataformas de exhibición fueron intervenidas como aparadores de barrio que dieron pie a la formación de la fayuca más antigua de Torreón, un ejemplo de sobrevivencia que fue adoptado y replicado, poco a poco, por otras zonas de la región.

Fayuca es un término de origen árabe que se empleaba en España antiguamente y que significa 'artículo de contrabando'. En este sentido hace alusión a la venta o exportación de cualquier mercancía sin su correspondiente autorización. Y aunque, se supone, debe ser perseguida por las autoridades al tratarse de una actividad clandestina, en algunos territorios es algo tan consolidado que se ha convertido ya en una realidad normalizada.

En La Laguna todos saben que los sábados y domingos la calzada Quetzalcóalt (que hermana a las colonias Tierra y Libertad y Francisco Villa) se convierte en una vena fayuquera que no solo conduce una oportunidad para la compra y venta, sino que también adopta toda una atmósfera con oportunidades gastronómicas y recreativas que involucran a toda la familia.

Las cumbias laguneras y canciones gruperas fluyen a través de la arterias de la calzada Quetzalcóalt, que por su dimensión alargada (poco más de 1,600 metros planos) delineada por un camellón en el centro e intervenida por varias calles horizontales, da la sensación de estar parada sobre una columna vertebral gigante, una metáfora necesaria si se comprende que se trata de un espacio que sostiene las vértebras de la economía de un importante número de familias laguneras. El dato lo otorgó Luis Alberto Mendoza, jefe del departamento de Plazas y Mercados del Municipio, que informó que, en promedio, el día sábado se instalan entre 250 y 300 vendedores, y el domingo cerca de 400.

"Es un número que varía y más ahorita en tiempo de pandemia. Este tianguis se maneja independiente de las demás agrupaciones de tianguis. Surgió hace mucho por liderazgos locales de vecinos y se han acomodado de manera distinta. Entonces es una cuestión en la cual no migran todos los comerciantes como en otros tianguis, que se ven que solamente rotan de colonia". Una de las características de esta fayuca es precisamente que la mayoría de los comerciantes viven dentro de la zona, y más sobre la arteria principal.

Luis Alberto Mendoza notificó que por día (sábado y domingo) cada locatario tiene que pagar un impuesto de 30 pesos y que actualmente están trabajando en un nuevo reglamento. Una visión que, puntualizó, se desprendió debido a la pandemia. "En este momento se está buscando la regularización y la figura como tal de tianguis es muy importante para poder estar en condiciones de regularizar. Creo que uno de los efectos grandes que nos dio el tema de la pandemia, es precisamente que tiene que existir un orden fuerte para tener medidas de control y medidas en este caso, de salud".

La reestructura, señaló, se está trabajando reglamentariamente, primero, con la figura del tianguis, segundo en la forma de organización, y tercero en los límites de venta.

Aunque reiteró que constitucionalmente el derecho al trabajo es una garantía en la ciudad de Torreón, sí deben existir reglas claras y orden para poder desempeñarlo. "No en todas las partes se puede desarrollar la actividad. Hay que tener una situación de respeto para este tipo de comercio establecido y hay áreas en las que definitivamente no se podrán instalar".

El nuevo reglamento está sometido a un proceso legal a pesar de que la actividad de esta fayuca lleva años realizándose de la misma manera.

El funcionario puntualizó que no se puede tomar las acciones de la colonia Tierra y Libertad como un caso de ambulantaje normal, "es una asociación o es un grupo ordenado que se ha puesto de acuerdo para realizar una venta en un lugar, aquí les es permitido, primero, por un grupo de colonos que representa una derrama económica para el mismo lugar y finalmente también para el comerciante".

Por último, Luis Alberto Mendoza anunció que es cuestión de algunas semanas para que se hable de la ejecución del nuevo reglamento que modificará la dinámica de una forma de trabajar que se cimentó en la calzada Quetzalcóalt, como ya se mencionó, por una cuestión de subsistencia.

EL RECORRIDO

Si vas en carro, es preferible estacionarlo en las orillas para comenzar la caminata desde la calzada Manuel Ávila Camacho a la Ramón Méndez (o viceversa), porque hasta los camiones del Triángulo tuvieron que cambiar de ruta los fines de semana para que la gente pudiera andar libremente sobre la conocida "calle ancha". Aunque la vialidad no se cierra formalmente, el flujo de los autos se vuelve lento.

Apenas uno se adentra partiendo de la Ávila Camacho ya nos recibe Bertha Chacón, mujer de profundos ojos negros que interviene su parte del camellón con mercancía en la que sobresalen juguetes, bolsas y zapatos. Y como es peculiar en este tipo de contextos, los árboles se asumen como postes de tendederos para sostener las chamarras, los suéteres, las camisas, y demás producto exportado del país vecino que llega en pacas para ser distribuido bajo el modus operandi del mercado informal.

Bertha es sonriente y dicharachera, no deja de moverse, vacía las bolsas negras de la 'merca' y mientras la acomoda sobre el césped relata que lleva 20 años asumiéndose fayuquera. "Para mí es un negocio que me deja para algo extra, es mi vida la verdad, porque las ventas es algo que me fascina, algo que me deja mucho. Desde mi juventud empecé y me gustó el negocio y hasta ahorita estamos aquí. Nada más que con eso de la pandemia se nos han venido unas temporadillas que hemos estado en blanco, pero hay que echarle ganas y seguir adelante", comparte y enfila los peluches que ofrece "bara" en su pedacito que asegura nunca la extraña cada fin de semana.

Aparte de la venta, Bertha disfruta de la convivencia con la gente que llega a su puesto, les avienta chistes, les hace rebajas "pásale, pásele, el peluche más bara que en otros lados". "Mire, traigo hasta al presidente por los suelos", me dice señalando un muñeco de Andrés Manuel López Obrador que se mezcla entre Barbies, Cabbage Patch y juguetes de plástico.

Ya alguien le hizo la cruz y persignándose, Bertha guarda el dinero en la bolsa que lleva pegada a su pecho para luego posar con entusiasmo a la lente que captura el ambiente fayuquero de ese domingo. El clima es agradable, y rumbo a las 11 de la mañana los caminantes se acentúan y la arteria comienza a observarse un poco congestionada.

UNA OPORTUNIDAD

A Eduardo Ávila le pega el sol directo y su mercancía no se resguarda bajo ninguna sombra. Una pequeña mesa le sostiene el calzado que ofrece y alguna ropa lo custodia a sus espaldas. Asimismo, sobre el asfalto, se posan asadores y discos que lucen un signo de pesos en cartulina fosforescente. De los últimos, manifiesta, él mismo los hace. Hace tres años se encuentra jubilado y al no encontrar dónde seguir laborando, Eduardo, hombre blindado con grueso cubrebocas y una gorra, encontró en la fayuca una oportunidad para seguir activo. "Ya no le dan trabajo a uno, hija, por la edad, quieren gente de 60 para abajo. Yo tengo 63 años. Por eso opté por vender".

Entre semana, comenta, trabaja en su taller de herrería y los fines no le falla a la fayuca, lugar en el que acomoda todo lo que guardan las pacas que uno de sus hijos le trae de Ciudad Juárez.

"Entre semana trabajo en mi tallercito de herrería y los fines de semana me vengo aquí. Lo que caiga ya es ganancia", concluye, luego da el precio de unas botas por las que pregunta un posible cliente.

"Ponte el cubrebocas", le solicita una mujer a un niño que ya carga con una bolsa de juguetes variados; el pequeño se detiene frente a un poni con dimensiones y pelaje realista que secuestra la mirada no solo de él, sino de todos los que pasan. "Ya se quiere ir, ya quiere cabalgar", frase anzuelo del vendedor que espera pescar la atención de algún comprador, que, por alguna razón, piense que necesita hacerse de ese vívido juguete. Y es que mientras uno avanza y se va perdiendo entre la variada mercancía, lo mejor es preguntarse ¿qué no habremos de hallar en las entrañas de esta fayuca? Porque entre tanta propuesta mercantil, hasta parece viable encontrarnos con el Santo Grial.

A este lugar se acude a regatear, a preguntar por el precio de algo y a decir que a la vuelta regresas. Se va para alimentar a los sentidos: pues hay olores, por ejemplo, desprendidos de la comida que ahí se gesta, tientas la ropa y la observas con el ojo experto en busca de un desperfecto que rebaje su costo, así también tus oídos registran las típicas frases del vendedor maestro y el duelo de bocinas que fusionan las cualidades de varios géneros, pero en las que siempre predomina la tradicional cumbia lagunera. Y por último le permites a tu gusto el antojito prometido por ser fin de semana.

OTRAS VOCES

Según la locataria Lourdes Mesta, de anteojos y disimuladas canas, de esta fayuca se puede hablar de dos momentos: uno, de los inicios fundados más hacia la Ramón Mendéz, zona en la que dice, llevan cerca de 45 años vendiendo bajo este tipo de modalidad; y dos: del tiempo en el que ella inició a vender y se comenzaron a adherir otros comerciantes, pero más hacía la avenida Ávila Camacho. La calzada Moctezuma puede ser la línea divisoria de ambos tiempos que no dejan de sumar uno, pues a lo largo de los años (en las dos zonas) se han respetado los mismos preceptos fayuqueros.

Risueña y bromista, Lourdes dice que ha dejado su juventud en este engrane de comercio informal al que le entró cuando tenía 30 años de edad. Ahora tiene 50.

La necesidad fue su inspiración, pero pronto la pasión se le presentó como el factor sorpresa. "Se apasiona uno y es lo bonito de encontrar lo que te apasione y como es la venta, a veces a nada vienes, pero aprendes mucho de la gente. Observando, viendo la experiencias, no porque te cuenten. Más bien tú te figuras las historias de las personas. Sin andar de licha, ni metiche. Es bonito, es reconfortante. Es una distracción total, sí, sirve de terapia", se carcajea.

Este negocio, dice, le deja para pasarla, pero comparte que lo tiene que mezclar con otras actividades que la han ayudado a sacar adelante a sus dos hijos. "Con altas y bajas. Le alterno, tengo otro trabajo también, y luego que de repente ya no y otra vez sí. No lo dejo porque con esto sale uno adelante".

- ¿De donde traes la ropa?

"Ahora sí que hay que buscarle. Siempre es, entre los conocedores, son las pistas. Y luego te dicen 'está cerrado el acceso a la frontera, ahora camínale para la otra y luego ahora no, y ahora tal'. Nunca es un patrón o un lugar fijo porque no siempre está la oportunidad en la misma condición, siempre es cambiante, pero siempre es bendita".

- ¿Algo más que me quieras compartir?

"Nada, son 5 pesos (risas)".

Lourdes tiene razón, es cierto que se nota un ligero cambio cuando cruzas la calzada Moctezuma. A partir de ese punto comienzas a observar más comerciantes colocados al ras del suelo en el que exhiben su mercancía más enfocada al fierro viejo o al mercado antiguo.

Esta transición es como un viaje en el tiempo, pues sobre el camellón y aceras se manifiestan artículos que pegan en la nostalgia: máquinas de coser centenarias, baúles que guardan un momento, triciclos de fierro, o lámparas de aceite, figuran como piezas de un museo urbano que no deja de ser un deleite para todo aquel que va pasando. Se trata de los comerciantes que todavía conquistan la Francisco Villa, colonia en la que me encuentro con Alicia Ayala, otra testigo del tiempo que afirma que desde hace 43 años que vive en la zona ya existía esta fayuca. Coincide con el registro histórico de otros locatarios: el desempleo fue la semilla que germinó en la bonanza de este estilo de vida que por más de cuatro décadas, cada fin de semana, enciende las arterias de la calzada Quetzalcóalt, vena por la que transita la sangre del corazón de la cultura fayuquera de la Comarca Lagunera.

400

VENDEDORES

aproximadamente se instalan en la fayuca los domingos.

Eduardo Ávila es jubilado y en la fayuca encontró una oportunidad de mantenerse activo.
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A este lugar se acude a regatear, a preguntar por el precio de algo y a decir que a la vuelta regresas.
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A lo largo de varias décadas, la fayuca representa una oportunidad de obtener un ingreso extra.
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En la fayuca las personas pueden adquirir prendas de vestir y otros artículos de segunda mano.
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