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Democracia imperfecta

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LUIS F. SALAZAR WOOLFOLK

La irrupción en el Capitolio en Washington D.C., por parte de una multitud arengada por Donald Trump, que el miércoles pasado penetró por la fuerza en el recinto del Senado de los Estados Unidos, ha impulsado una corriente de opinión según la cual, el suceso revela la fragilidad de la democracia como sistema político. La intención de los intrusos era impedir que la Cámara de Senadores validara el proceso en el que Joe Biden fue electo presidente y en consecuencia, en la medida en que tal objetivo no fue alcanzado, lo indicado es reconocer la fortaleza de la democracia como régimen de gobierno.

Lo anterior no sugiere que el sistema democrático sea perfecto y por el contrario, según palabras atribuidas a Winston Churchill, la democracia es el peor sistema político, a excepción de todos los demás. La frase entraña un reconocimiento de la imperfección de la naturaleza humana y cuestiona con realismo a las ideologías políticas que aspiran a la utopía, como es el caso de los regímenes que con el pretexto de construir un paraíso en la tierra, el siglo pasado hicieron florecer dictaduras totalitarias, que pusieron al género humano en peligro de desaparecer de la faz de la tierra.

Los críticos de la democracia que denuncian su fragilidad como un estigma, pasan por alto que los gobiernos totalitarios son gigantes de hierro con pies de barro, como quedó demostrado en el caso de la Rusia Soviética y sus satélites, en el que el llamado socialismo real colapsó, en los años de 1989 y 1990. El imperio socialista chino que permanece en pie hasta nuestros días, adoptó una forma de capitalismo de estado como bote salvavidas, en alianza con una clase empresarial emergente asociada a la estructura burocrática heredera del viejo régimen maoísta, lo que en la práctica se concreta en una forma oligárquica de ejercicio del poder, que si bien por el momento parece eficiente, está asociada al desprecio a los derechos humanos de los gobernados.

La fuerza de la democracia reside en su condición flexible, porque su desarrollo se basa en la participación ciudadana que al ser objeto de consulta mediante elecciones libres, auspicia la competencia y permite una rectificación periódica del rumbo de las políticas de estado, así como la renovación cíclica de los cuadros dirigentes del gobierno. Los regímenes dictatoriales son fuertes en apariencia, pero su misma obsesión por el control los anquilosa y los hace resistir los cambios, y su consecuente falta de flexibilidad para responder a las demandas de la sociedad, hace de su mayor dureza su punto débil.

Lo que está ocurriendo en Estados Unidos es una sorpresa para quienes solo conocen la versión de la historia de Norteamérica producida en Hollywood, que el orden político establecido se ha encargado de presentar en un formato que muestra la realidad y el espectáculo en el mismo plano. Sin embargo los estadounidenses son de carne y hueso y la tarea de erigir el imperio más poderoso del planeta en pocos años, constituye una epopeya en la que conviven como el trigo y la cizaña, los comportamientos más sublimes y los más viles de la conducta humana; el heroísmo y la rapacidad, la fraternidad y el odio enconado, el anhelo de libertad en su mayor esplendor, junto a la más denigrante esclavitud, que son motivo tanto de orgullo como de vergüenza según cada caso.

La misma Revolución Americana 1775-1783 que culminó con la Independencia y en una Constitución modelo de modernidad, fue el inicio de un poderoso movimiento expansionista desde la costa atlántica hacia el lejano oeste, que incluye la Expedición Donner, cuyos sobrevivientes varados en Sierra Nevada en 1846, antes de alcanzar las cálidas playas del paraíso californiano, se alimentaron con carne de los cadáveres de sus compañeros de travesía, para subsistir en el duro invierno de las Rocallosas. El drama de la conquista del oeste incluye el exterminio de los pueblos nativos y el tráfico de esclavos negros africanos e irlandeses blancos, que culmina en la Guerra de Secesión 1861-1865, y sigue en un proceso histórico de integración, que aún no concluye del todo.

El fenómeno Trump revela una herida social en los Estados unidos, en la que una diversidad de inconformes por distintas causas, que confluyen en la impugnación del resultado de la elección de Biden, se manifiestan en las calles, los edificios públicos, las redes sociales y los medios de comunicación, en una lucha en la que la realidad y el espectáculo se confunden. Con independencia de lo grave y complicado que sea el problema, la verdad es que esa llaga que sangra y supura, tiene más probabilidades de sanar, en el ambiente ambiguo e incierto de una imperfecta democracia, que en el infierno de una dictadura perfecta.

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