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Desenchufar

SERGIO AGUAYO

A la memoria de Antonio Camacho Romero y Rafael Monroy Martínez, defensores de pueblos morelenses

En Estados Unidos, las plataformas tecnológicas desenchufaron al presidente demagogo e incrementaron los controles sobre la circulación de la mentira y el odio por las redes sociales. El asunto importa por el creciente autoritarismo del presidente mexicano.

La reacción de Andrés Manuel López Obrador es reveladora de sus impulsos autoritarios. En lugar de condenar a Donald Trump por el asalto al Capitolio, reprobó a las plataformas por limitar la libertad de expresión y, al mismo tiempo, quiere eliminar a los órganos autónomos, uno de los cuales (el Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales, INAI) ha sido fundamental para las investigaciones académicas y periodísticas sobre la gestión pública. Tenemos que frenarlo.

Estados Unidos está logrando sortear otra crisis creada por presidentes con vocación imperial. Donald Trump llevó a una fase superior las trapacerías y mentiras de Lyndon B. Johnson, Richard Nixon y algunos más. Al vecino volvieron a funcionarle los pesos y contrapesos creados por otras instituciones del Estado y por una sociedad altamente organizada.

Cada crisis tiene diferentes ingredientes. En la actual, el origen está en el matrimonio de conveniencia entre Trump y las grandes plataformas. En sus inicios, las redes sociales necesitaban a celebridades mediáticas para darse a conocer y Trump requería de un megáfono para construir una realidad a la medida de su ego. En 2015 tenía 2.9 millones de seguidores en Twitter, y cuando lo expulsaron la semana pasada ya alcanzaba 88.7 millones. Durante esos años Trump edificó una realidad a la medida de sus fantasías y ambiciones personales. Se extralimitó y alentó la violencia buscando revertir el dictamen de las urnas. Fracasó.

México tiene similitudes y diferencias. Sigue acumulándose la evidencia de que López Obrador busca controlar el debate y acumular poder creyendo que sólo así funcionará su proyecto. Sin embargo, en su caso las redes han tenido un papel menor: en proporción, su crecimiento en el número de seguidores ha sido más modesto que el de Trump. En junio de 2018 nuestro presidente tenía 4 millones y en la actualidad 7.7. Importantes sí, pero insuficientes para explicar sus niveles de popularidad. En su caso la principal herramienta es la "mañanera", la tribuna desde la cual informa, opina y difama invocando una y otra vez la santidad de la libertad de expresión.

Por supuesto que todos tenemos derecho a decir lo que pensamos, pero lo que nuestro presidente evade es que él recibe mucha más atención pública y mediática. Resulta por tanto natural exigirle que ancle sus afirmaciones en información confiable. Los hechos verificables son el cimiento de una sociedad democrática. Este principio debe ser el barómetro central para discutir si la libertad de expresión debe tener límites.

Desafortunadamente, en lugar del diálogo tenemos la descalificación. Estamos divididos, obcecados, enojados y las redes potencian las injurias y las falsedades. Es lamentable la ligereza con la cual se habla de conspiraciones nunca demostradas. Para algunos, hay una gigantesca conjura contra el presidente, para otros el presidente está aliado a fuerzas oscuras para eliminar las libertades alcanzadas.

El objetivo es claro y difícil: conciliar la libertad de expresión con el derecho a información veraz y a la salvaguarda del honor. Y para eso necesitamos órganos autónomos y fuertes. El presidente ya arrinconó al Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (CONAPRED) y castró a la Comisión Nacional de los Derechos Humanos. Ahora quiere desaparecer al INAI, organismo clave para el florecimiento de las investigaciones académicas y periodísticas sobre la gestión pública. Tenemos que defender la autonomía de estos órganos y exigir a las plataformas tecnológicas que establezcan controles a la difusión del odio y la mentira en redes sociales.

En otras palabras, la confrontación entre proyectos alternativos debe basarse en datos verificables, el bien público más valioso de este momento. Y para ello tenemos que desenchufar y expulsar al odio y la mentira del discurso público, y de las redes sociales. ¡Salvemos al INAI!

@sergioaguayo

Colaboró: Sergio Huesca Villeda

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Escrito en: Editorial Sergio Aguayo

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