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PIÉNSALO, PIÉNSALO

NUESTRO INVENCIBLE AMOR A LA VIDA

La muerte es parte de la vida, esta "cuestión maldita" (Dostoievski) sobre en dónde desemboca el gran viaje. ¿Es un término definitivo que nos lanza en la nada o más bien un pasaje hacia una nueva vida? La razón y la fe nos han mostrado que el más allá no está vacío, pero que el imaginario sobre este tema queda más bien impreciso, pero la respuesta cristiana sobre la muerte y el más allá (paraíso, infierno y purgatorio) refuerzan el gusto por vivir y esperar una dicha eterna. Pero no traspasemos esas fronteras, ni hagamos un viaje imaginario y poético a la manera de Dante. Veamos más bien cómo la vida toma un sentido diverso según las respuestas que se den a esas cuestiones.

Nuestro invencible amor a la vida se manifiesta en que todos tenemos el deseo de vivir felices y para siempre. ¿Qué significa la muerte para quienes no aspiran sino vivir? ¿La muerte es un absurdo supremo? La muerte nos hace descubrir lo que verdaderamente importa en la vida. ¿Qué sentido tiene el existir? ¿Cuál es ese sentido? ¿O la vida en el universo es vana y sin sentido?

La vida es el maravilloso resultado del desarrollo de unos seres prodigiosos, pero que un día se degradan y se desgajan para morir. El "poder" que parecía ilimitado fracasa. A veces por un simple virus ¡Eso es una insensatez!

La muerte parece una absurdidad suprema. Pero puede ser que ella nos esconda algo. Puede ser que no sea una destrucción completa. Esto se ve en algunos casos: el del gusano que se hace crisálida y sale del sepulcral capullo una mariposa de alas de terciopelo. Puede ser que la muerte sea solamente la sombría puerta que introduce a una luminosa existencia nueva; así no sería contradictorio el universal amor a la vida.

Los "stars" de medios, expertos en virus y pandemias, quieren trivializar la muerte y por consecuencia también trivializar la vida. Números, tendencias, estadísticas, pretenden suprimir en la gran cuestión interrogantes más personales: ¿Quién soy yo? ¿Qué es lo que yo vengo a hacer a la tierra? Y la que se levanta ante unas cenizas o una tumba abierta: ¿Dónde está él? ¿Dónde está ella? ¿Somos algo más que el polvo en el que nos convertiremos? Nuestro ser profundo continúa a vivir en un mundo muy diferente de nuestro universo tangible y temporal. La vida tendrá la última palabra.

Según sea la respuesta a la gran pregunta, un juicio severo se establece espontáneamente en nosotros, que Miguel de Unamuno expresaba brutalmente: "Si el alma humana es inmortal, el mundo es bueno, si no, es malo". Si "La eternidad es la intención secreta de nuestras conductas humanas" (J. Durandeaux), la muerte de nuestros seres queridos tendrá repercusiones en nuestros juicios sobre la pandemia, su manejo, sus consecuencias, sus culpables. De nada servirá querer suprimir o relativizar la importancia de la muerte de un ser querido al convertirlos en simple estadística o esperar que sea olvidado. Nuestro pueblo sabe hoy mucho sobre la que hay que creer sobre la vida y la muerte; ha adquirido certezas que le dará criterios sobre elecciones económicas, sociales y políticas. La certeza de la resurrección disipa las tinieblas de la muerte de una manera especial en el pueblo mexicano. La tradición de los fieles difuntos no es sólo una cuestión de folklor. Lo que le parece normal al hombre es solamente vivir. La muerte de un ser querido es algo increíble; tenemos dificultad de registrar el hecho como definitivo, nos llena de estupor por nuestra disposición fundamental a vivir en plenitud. Hay una alegría de vivir que nos mueve, que nos hace desear vivir, de aprovechar la vida, de reproducirla; siempre estamos dispuesto a una vida intensa.

El filósofo Heideger definía al hombre como un "Sein -zum-Tode" (ser-para-la-muerte), pero es una comprensión parcial y superficial del hombre que es mas bien "ser para vivir" en su realidad más profunda. El querer vivir incluye el rechazo a la muerte, a quienes condenan a morir, a quienes dejan morir, a quienes no dejan nacer, a quienes matan la alegría de vivir…

Se pierde verdaderamente aquello que se ama. Se separan las almas que estaban unidas, es un desgarramiento casi físico para el que parte y para el que se queda. Solo la espera de un volverse a ver calma un poco el dolor. El deseo de eternidad se convierte en un signo infalible de un más allá sin oscuridades.

Contra la obsesión del absurdo y de la nada que Gabriel Marcel llama "mortalismo, manifestado en el materialismo y el nihilismo, afirmamos nuestro amor invencible de la vida.

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