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PADRES E HIJOS

El legado de un padre a los hijos

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El legado de un padre a los hijos

El legado de un padre a los hijos

IGNACIO ESPINOZA

A poco más de una semana de distancia del Día del Padre, quiero referirme al legado que dejan los progenitores no sólo una vez que parten de este plano existencial, sino prácticamente en vida, con todo ese cúmulo de principios y valores morales que, con el paso de los años de la vida de los hijos e hijas, se van forjando y transmitiendo gradualmente, casi de manera imperceptible, hasta que los vástagos se dan cuenta de todo lo positivo que recibieron durante décadas.

Sin duda, quienes tuvimos el privilegio de contar con la presencia de un padre por más de cuatro décadas aprendimos a valorar cada lección que nos dieron al inculcarnos toda una serie de valores que ahora aplicamos todos los días, desde aquellos que podrían parecer simples como la puntualidad, la responsabilidad y la disciplina, hasta otros que nos forjaron en la adversidad como el trabajo desde temprana edad y que nos permitió conocer que para ganar un peso se requiere de mucho esfuerzo, de tal forma que es así como se aprende a gastar ese dinero con mucho cuidado, sólo en aquellos renglones básicos de la economía familiar tales como la alimentación, el vestido y el calzado, entre otras prioridades.

Es que, por ejemplo, en mis tiempos de infancia, allá por la década de los sesenta, se acostumbraba que los menores de edad trabajaran durante los fines de semana para contribuir al sostenimiento de la familia, en actividades muy diversas, desde la venta de paletas de hielo en carritos de diferentes empresas, hasta la comercialización de mercancía como gelatina, semillas de calabaza tostadas, jamoncillos caseros y todo aquello que significara una potencial fuente de ingresos económicos, aunque fueran sólo algunos pesos pero que, de cualquier forma, servían para complementar el sueldo del padre, quien era el principal proveedor del hogar en esa época del siglo XX.

Anque, por supuesto, dicha actividad no siempre la realizábamos con el mejor de los agrados, porque significaba sacrificar todo ese tiempo del fin de semana y dejar de jugar con los amigos, ya que para ello se nos iba todo el día en la venta, con lo que sólo quedaban un par de horas para la diversión y para hacer las tareas de la escuela, toda vez que, eso sí, se nos inculcó que la prioridad y nuestra principal obligación era estudiar y sacar las mejores calificaciones en todas las materias.

A la distancia, luego de retroceder en el tiempo hasta esa época en la que, como hijos, aportábamos algunos pesos para el sostenimiento del hogar, nos damos cuenta de que esa fue una de las más grandes lecciones que nos dieron nuestros padres al enseñarnos el valor del dinero y lo que cuesta ganarlo para tener alimento en la mesa y para solventar algunas otras necesidades básicas dentro de la familia, a pesar de uno que otro susto que nos llevamos por algún pequeño accidente en la calle o por personas que en ocasiones quieren abusar de los menores de edad que se ven en la necesidad de trabajar en la vía pública.

Otro aspecto que le agradezco a mi padre (QEPD) que me haya transmitido y enseñado es el valor de la importancia de la actividad física, ya que, fiel a su formación militar, nos despertaba a mis hermanos mayores y a mí casi de madrugada (a las 5:00 horas), para correr por alrededor de una hora, con lo que regresábamos ya sólo para bañarnos, almorzar y prepararnos para ir a la escuela, aunque llegábamos algo cansados por el esfuerzo físico.

No se diga la puntualidad, otro valor que se nos recalcaba como un hábito que había que practicar no sólo para llegar a la escuela antes de la hora de entrada, sino para cualquier otra actividad, así se tratara de un compromiso de aparente poca importancia, con lo que aprendimos a organizar nuestros tiempos para estar puntualmente en el lugar donde había que llegar, incluso, hasta unos 10 o 15 minutos antes, por aquello de los imprevistos que podrían surgir en el camino, como el hecho de que los autobuses se tardaran más del tiempo normal en su recorrido.

Tener listo el uniforme escolar un día antes, con la mochila ya organizada con todos los libros y los útiles necesarios, además del calzado escolar bien boleado y limpio, fue también otro hábito que nos inculcó nuestro padre, de tal forma que al día siguiente no anduviéramos a las carreras buscando la ropa y los zapatos que nos íbamos a poner por la mañana.

Un aspecto sumamente importante, dentro del hogar, era el relativo a la prohibición de usar lenguaje altisonante (en aquel entonces les llamábamos malas palabras), de tal manera que entre hermanos no debíamos agredirnos con insultos, aunque mi señora madre era quien rompía la regla, pues ella sí tenía permiso expreso de mi padre, a pesar de que en varias ocasiones se enfrascaban en discusiones por ese motivo, pero nunca se faltaron al respeto ni se gritaron delante de nosotros.

Podría seguir enumerando otros valores y principios morales, además de otros hábitos positivos que nos inculcó nuestro padre; sin embargo, créame, amable lector(a), que me faltaría espacio en esta columna para abarcar todas esas anécdotas que reflejaban todas esas valiosas enseñanzas y lecciones que representaron ese enorme legado que nos dejó nuestro progenitor y que, aunque ya partió, no me canso de agradecerle, pues gracias a ello soy lo que he logrado en esta vida y que procuro transmitirles a mis hijas, como un homenaje a ese señorón que fue mi padre: Salvador Espinoza Magaña.

Escrito en: Padres e hijos que,, todas, tiempo, padre,

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